viernes, 15 de octubre de 2010

Una resaca de verano

Miro sobre la puerta, la línea con las paradas me resulta extraña pero a la vez familiar. Empezando de izquierda a derecha, hay unas cuatro paradas de la línea verde, otras tantas de la amarilla, reconozco la de Verdaguer, y finaliza en la azul. Me siento cómodo en medio de los dos vagones, hay puertas a los dos lados pero me sorprenden mis compañeros de viaje, son dos hombres y una mujer, los conozco, se muy bien quienes son, he pasado junto a ellos las tres últimas semanas, quizás sea por eso que me acompañan en este contexto.

El metro cambia de forma, me aproximo a la puerta de salida del vagón, pero ya no estoy en ninguna línea de ningún color, ahora la fisonomía interior me dice que estoy en un ferrocarril de la Generalitat. La tez marrón de las paredes, el botón para abrir la puerta me lo indica, la barra para apoyarse y los departamentos divididos en formato de tren de principios de siglo, es decir, dos personas en frente de otras dos, cuatro a cada lado del pasillo. El ferrocarril va frenando, justo delante de la puerta reconozco una cara, tan solo puedo verle la cara, es como si yo fuese enano y tan solo pudiese ver a través de una rendija su rostro de piel de café, ojos marrones que en la distancia parecen negros, pelo largo de color azabache que recae detrás de la espalda hasta la mitad de la misma y unos labios remarcados por el rojo carmesí.
La escucho hablar, oigo su voz, apenas se lo que dice pero al abrir las puertas la sigo, me escondo entre la multitud con ganas de que se gire y me vea, de hablar con ella y se que el miedo que siento es el mismo que me impide acercarme y hablarle yo directamente.

Las calles están desiertas, rodeadas de farolas con metal apilado en sus esquinas, son altas torres de hierro formando pequeñas montañas de basura, la imagen bien podría ser de un planeta de La Guerra de las Galaxias, pero en cambio los edificios paralelos me suenan, la calle me suena, es la misma calle por la que pase dos años de mi vida a diario, mientras iba al instituto.

A medida que te alejas veo tu silueta conformada por una falda roja y un top blanco palabra de honor junto con una chaqueta azul que reposa sobre tus hombros. Te alejas y yo te sigo, voy detrás como depredador en busca de comida esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre ella, ya estoy solo, no hay nadie más a mi alrededor, si en cambio al tuyo. Camino rápido queriendo acelerar el tiempo, estoy a tu altura, vuelvo a escuchar tu voz, te doy un toque en la espalda, te giras, te sorprendes y me despierto.

Me duele la cabeza, estoy en estado casi comatoso, no debería beber tanto, ahora lo que deseo es agua y no en grandes cantidades, poco a poco y gracias, necesito que el tiempo pase rápido mientras lo siento despacio cuando duermo, vuelvo a caer en los brazos de Morfeo.

Desde lo alto de aquí se puede ver toda la plaza, es una perspectiva que jamás había tenido, ni siquiera se como he llegado aquí arriba. Se ve el reloj que siempre va retrasado, la fuente con su circuito incesante de agua y los adoquines testigos del paso del tiempo. Desde mi posición veo que se acerca una chica morena, con vestido blanco por la rodilla, escote en forma de u y gafas de sol que cubren la mitad de su rostro, su melena negra lisa hace que destaque sobre su conjunto.

Me miras, te miro y no se como ya estoy abajo, caminamos por un calle asfaltada que nos lleva a un pueblo de casas bajitas, casas que son setas gigantes, con las paredes ovaladas y el techo de color amarillo, es como si estuviéramos en el mundo de los pitufos y Mario Bros. Seguimos caminando y nos salimos de esta pantalla para comenzar en otra completamente igual a la anterior, la gente nos mira al pasar, estoy cansado, me apetece sentarme.

Nos sentamos en un banco, uno en frente del otro, tú no paras de hablar y cuando me decido a hacerte callar de la unica forma plausible, te inclinas hacia atrás y te pones histérica, casi esquizofrénica. Yo creia haber interpretado la situación de una forma pero veo que me equivocaba, sigues con el discurso moral de la época franquista pero no tengo la cabeza para dictadores, no paro de observarte mientras hablas es una sensación extraña, me revuelve el estomago que seas de esa manera, que tires la piedra y después escondas la mano. No estoy a gusto tengo que escapar de aquí. Me quiero ir.

Mi cabeza da vueltas, me duele el estomago y la boca me sabe a caucho no sé si será por los besos que no me diste o por los cubatas que no te di.

3 comentarios:

Sara sin aditivos dijo...

Me gusta que a pesar del surrealismo y las palabras utilizadas consiguieras que la lectura fuera rápida, es como sí me lo contarás tomando un té (porque dudo que fuera tomando cerveza)

_monik_ dijo...

aix... (suspiros)

Anónimo dijo...

Igual que el reloj siempre esté atrasado es lo que hace que la gente llegue tarde al quedar a las 23.30.

Eres ruaro tio, no me mola tu rollito

Fdo.: EFEJOTA

Ereh tu?Fite tu...Ereh tu?y dise pues soy yo...no via se yo....