domingo, 24 de enero de 2010

Feliz no-cumpleaños

El pitido de que se van a cerrar las puertas del tren despertó su atención que por un momento se había quedado transpuesto pensando en lo fácil que había sido encontrarse después de tanto tiempo. Con un simple mensaje indicando la hora ya era suficiente, el lugar era de sobra conocidos por ambos.

Miraba su reloj sin cesar y en cambio era incapaz de saber la hora que era,se sentía como el conejo blanco, la sensación que tenia es que llegaba tarde y no podía, no quería, necesitaba ser el primero para darse el gustazo de esperar, de esperarla.

Nada más salir a la superficie sus ojos ya buscaban la posición de antaño, ese cuadrado imaginario que no pertenecía a la vía publica, sino que era propiedad privada de sus momentos, de sus reencuentros más amargos, de sus despedidas más dulces. Había llegado tarde, pero no tuvo sentimiento de culpa, ya que en menos de un suspiro sus cuerpos se fundían en uno gracias a un abrazo que había estado esperando por más de dos años.
Ella no había cambiado nada, ojos grandes y marrones, su cabello de oro ondeaba con el viento y dejaba entrever sus hermosas orejas, era algo que siempre le había llamado la atención. Iba vestida con unas botas grises, un pantalón vaquero, y un jersey gris a juego con las botas, alrededor del cuello llevaba una bufanda blanca que se posaba con tranquilidad encima de su chaqueta roja tan llamativa, tan inadvertida.

Sus pies iniciaron el camino de siempre, era como si el tiempo no hubiese pasado. Había tantos datos para actualizar que eran incapaces de ordenarlos todos, los datos más recientes dejaban paso a los antiguos y en una conversación atropellada por vestigios del pasado el tiempo parecía no pasar nunca.

Siguieron hasta encontrarse ante una multitud que observaba a un hombre con andrajosos harapos pero con un sombrero altísimo, estampado con colores la mar de vistosos. El sombrerero no paraba quieto, de repente, sacó una trompeta y comenzó a tocar una melodía preciosa que logro dibujar una sonrisa en su cara. Sintió la necesidad de darle algo a cambio a ese hombre, le había dado un momento de felicidad pero solo tenia una moneda en su bolsillo. ¿Cuanto valía una sonrisa para él?¿Cuanto valía la felicidad y las millones de sonrisas que ella le había proporcionado? Se acercó con sigilo y le dio la moneda al sombrerero, diciéndole al mismo tiempo que lo sentía mucho, que no tenía más dinero, a lo que el vagabundo respondió con un "Tranquilo, sé feliz".

El paseo por las calles del medievo era algo espectacular, algo que había practicado en solitario pero que no tenía la misma frescura y vitalidad que si lo realizaba en su compañía. En estas ocasiones no era pasear por sus calles sin más, era disfrutar de ellas, vivir las, apasionarte de sus rincones y de sus errores, sumergirte en su adoquinado y deleitarte de estar en un laberinto sin mayor salida que la de encontrar un rincón para el recuerdo.

Ya había anochecido cuando llegaron a la plaza donde se amontonaban los barres y la gente disfrutaba de los pocos bancos en buenas condiciones. Había algo en el suelo que llamó la atencion de ella, era una carta, un naipe, se agachó para cogerlo, al darle la vuelta vio que era la reina de corazones, no era su naipe favorito, pero le había hecho gracia. Él se sacó la mano del bolsillo para mirar la hora,esta vez con atención para no tener que repetir la operación, al mirar el reloj se dio cuenta de que no tenía agujas, de que ella no estaba y de que ya era hora de despertar del sueño.